"Educación, qué poquita", por Eva Hache
Ojalá en las escuelas se dedicaran a sacar de nosotros todo lo que tenemos de bueno
30 de marzo de 2014
10:04 h.
Cuando ya ha quedado claro que no somos todos iguales, ni siquiera ante
la ley, seguimos instalados en la seguridad de la sota, el caballo y el
rey. Las normas y las rutinas nos dejan tranquilos. ¿Por qué hacerlo
así? Porque todo el mundo lo hace igual. Toma ya. Mal de muchos,
consuelo de tontos todos. Uniformidad tranquila para incluso imponer el
uniforme en colegios públicos, para que no surjan las envidias, en lugar
de aprovechar para explicar lo necesarias que son la variedad y la
singularidad. Tú no tienes unas zapas de marca y en sumas vas regular, pero dibujas como Antonio López, cariño mío. Calor, respeto y amor.
Que los maestros no tienen tiempo, que van muy liados. Lo siento pero
me consta, me consta mucho, que hay profesores profesionales que
decidieron dedicarse a enseñar por vocación, no por disfrutar de las
largas vacaciones, que se preocupan de conocer a sus alumnos, de valorar
lo que de distinto y especial tiene cada uno, de ser capaces de parar
una clase sin miedo a un inspector cuasi contable para hablar de cosas
importantes. Me consta porque he convivido con dos de estos maestros la
mayor parte de mi vida. Vivían en mi casa y se llamaban papá y mamá. Y
me educaron. Me enseñaron sobre todo a saber pensar para poder elegir.
Educar viene del latín educāre, que significa sacar, extraer.
Ojalá en las escuelas se dedicaran a sacar de nosotros todo lo que ya
tenemos de bueno, en lugar de meter a la fuerza y con prisa lo que marca
un ministerio de turno que solo quiere apuntarse un gol. Meter
conocimientos de moda en vez de sacar nuestra curiosidad innata por
saber. Meter datos con un embudo como a una oca el coñac para hacer
paté. Pues perdonen, pero yo no quiero engordarle el hígado a mi hijo
porque no me lo voy a comer. Y tampoco le voy a meter en la mochila 12
kilos de libros porque me niego a creer que seamos tan garrulos como
para no poder enseñar a nuestros hijos a compartir y cuidar el material
escolar. Ah, que hay deberes. Pues quítenlos. Usted, padre o madre de
sus hijos, también intenta no llevarse el trabajo a casa. Como debe ser.
Y tampoco tiene usted que repetir la EGB.
Alumno viene del latín alĕre, alimentar. Y ya sabemos que la
comida rápida es basura y engorda el culo. Como estar sentado desde los
tres años hasta los 18. Dieciocho años y el culo como un erredoce
ranchera.
«El sistema educativo actual es un entrenamiento para aprobar
exámenes». No lo digo yo, lo dicen expertos como Richard Gerver.
Expertos que todo el mundo admira pero a los que nadie hace ni puñetero
caso porque serán unos utópicos recalcitrantes que viven con los pies a
un metro y medio del suelo. Ojalá todos pudiéramos al menos planear a
veces, aunque solo sea a un palmo del zapato. Ojalá soñar.
Queremos hijos obedientes, que no llamen la atención. Pero también
queremos adultos que no sean sumisos, que destaquen por algo, que sean
creativos, asertivos, rebeldes si hace falta. Queremos hijos que no
molesten pero que sepan luchar por sus derechos mejor que nosotros. Pues
perdona que te diga, pero esto es como ir a un bar y pedirse un
bocadillo de jamón pero sin pan.
¿Y si tus amigos se tiran por un puente? ¿Tú vas detrás? Claro que no.
Todos queremos que nuestros hijos sean diferentes, únicos. Padres,
maestros: gracias por intentarlo.
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