Cuando algo sale
mal, se tiende a buscar los culpables afuera, eso es innegable. ¿Que llegamos
tarde? Es que es imposible aparcar en este dichoso pueblo. ¿Que suspendí el
examen? Es que el profesor me tiene manía. ¿Que el desempleo alcanza niveles
históricos? Es que no estáis dispuestos a sacrificaros por el bien común. ¿Que
la gente pasa hambre y el número de familias que viven por debajo del umbral de
la pobreza se dispara? Es que los inmigrantes les quitan el pan a nuestros
hijos… Y el pueblo se lo traga.
Por ello, en estos
tiempos de supuesta crisis, estamos presenciando el resurgimiento de la
xenofobia oculta, tan irracional como peligrosa, que algunos creían erradicada
y a la que la desesperación y la rabia mal dirigida han dado alas. Día tras
día, tengo que soportar, incluso dentro de mi propio grupo de amigos, a
indocumentados y holgazanes renegando de los inmigrantes mediante palabras vacías
y discursos caducados, en un intento desesperado por autocomplacerse y justificar
su inoperancia. Un discurso, eso sí, ferozmente alimentado por una clase
dominante que sabe muy bien cómo manejar a las masas, aprovechándose de ese
chauvinismo crónico y congénito tan español.
De este modo, con
una falta de perspectiva total y el egoísmo tan característico de occidente, y obviando la inconmensurable aportación hecha
por los inmigrantes a la mano de obra española, se les cierra la puerta porque
lo último que queremos es que vengan “rivales” del exterior a “disputarnos” el
poco trabajo que se nos ofrece. Sin embargo, deseamos que los jóvenes
emigrantes españoles sean recibidos con los brazos abiertos en Suiza, Alemania
o Finlandia. Y que les den trabajo, faltaría más.
Lo que la mayoría
de los ciudadanos no sabe -o no quiere saber-, en cambio, es lo que afirma un
exhaustivo estudio llevado a cabo por una decena de periódicos y tantos otros
periodistas de toda Europa y sacado a la luz por “The Migrant Files”. Y es que
el estudio desvela que asciende a más de 23.000 el número de inmigrantes
muertos mientras trataban de llegar al Viejo Continente durante los últimos 13
años. La cifra de por sí ya es desgarradora, no obstante, los propios autores del
estudio afirman que la suma real de muertes se presupone mucho más alta,
teniendo en cuenta que muchos de los fallecimientos no se recogen en los
registros.
Las estadísticas,
de todos modos, solo son meras cifras, no es suficiente reducir el número de
muertes; se trata de frenar este holocausto fronterizo, no es más que una
cuestión de humanidad. El problema es que esta situación ha sido sometida a un
proceso de normalización tan estricto que cualquier intento serio de atajar el
asunto desde su raíz nos parece utópico, casi subversivo. Sin embargo, creo
firmemente que la solución no consiste en levantar vallas más altas o ejercer
una represión mayor, sino en abrir las fronteras, igualdad de oportunidades.
Iker Elortegi